El lugar está bien comunicado con la cuenca del río Alcaucín y el Boquete de Zafarraya, vías de acceso a la altiplanicie granadina.
El escaso registro arqueológico en el arco montañoso que forman las sierras Almijara, Tejeda y Alhama, que sirve de traspaís en estas etapas, presenta este territorio como un previsible lugar de frontera entre los mundos bizantino y visigodo, ejerciendo de funciones de control, principalmente en la zona del Campo de Zafarraya.
En los primeros momentos de formación de al-Ándalus, las fuentes escritas refieren que los ejércitos árabes y beréberes penetraron escasamente en esta zona de la Alta Axarquía. Aunque consta la implantación a partir de la segunda mitad del siglo VIII o principios del siglo IX de grupos beréberes en Zafarraya o Alhama, por lo general, la escasa población que ocupaba esta escabrosa zona montañosa era previsiblemente de origen indígena; son los identificados en las fuentes escritas como mozárabes. La toponimia de algunas de las poblaciones de la zona, caso de Sayalonga, Sedella o Corumbela, refieren este origen preislámico.
La Mesa de Zalía sería uno de los lugares habitados por estas comunidades. La localización de restos murarios, materiales cerámicos hallados en superficie y la presencia de tumbas excavadas en la roca, apuntan a su ocupación entre los siglos IX y XI.
La ciudad de Zalía se encontraba en la mesa del mismo nombre (Mesa de Zalía), a las puertas del paso de Zafarraya. Algunos autores la identifican con la ciudad fenicia de Tágara, otros, sin embargo, la conectan con la mítica Odiscya.
Existe una leyenda cristiana la cual nos narra que el obispo de Málaga, San Patricio realizó un viaje a la villa para convertir a sus gentes, pero éste no logró sus propósitos. Dicen que como castigo, hizo que se abriera el suelo y que comenzaran a salir serpientes que mordían durante el día a los habitantes de Zalía. Los habitantes tuvieron que huir del lugar y el pueblo quedó desierto hasta el día de hoy.